Estaba hastiado de escuchar su nombre día tras día. Incluso dentro de las palomitas que se estaba zampando con gran voracidad a puñados junto a su hermosa chica, quien tampoco se quedaba atrás, mientras veían una película en los cines de su barrio.
Tenían los dos la boca y parte del pecho completamente manchados de restos de azúcares, pegados por el efecto del caramelo, de todos los colores habidos y por haber.
Siempre salían del cine impregnados de ese dulce de color por casi toda su ropa, parecían haber salido de una guerra de pintura de paintball.

Comenzó a distraerse, una vez más, sobre ese luchador que tantos dolores de cabeza le daba continuamente, la vena de la cabeza se le comenzaba a hinchar y su color de piel estaba cogiendo un color rojo intenso. Y es que todo lo relacionado con Ken le irritaba sobremanera, hasta el punto de casi perder el control.  Su odio hacia él era rozaba casi lo indecente.
Su mal humor y su ira contenida le hacían atiborrarse hasta arriba de comida y por eso tenía ese pequeño sobrepeso. Estaba convencido de que Masters era el motivo de todos sus problemas. Le veía continuamente en las revistas de negocios más influyentes y en la prensa rosa asi como en escenas o apariciones puntuales en películas de acción y lucha más de actualidad. Pero lo que peor llevaba era verle como un campeón de lucha indiscutible.
Dejar el título más reconocido a nivel mundial en manos de un norteamericano como ése era como tirarlo a la basura. Cómo desprestigiar a su pais, y eso no podía permitirlo! Era como tener al novio de Barbie luchando y representando a norteamerica, por eso debía acabar con ese circo mediático de una vez por todas.
Se preguntaba una y otra vez ¿Qué demonios tenía ese energúmeno para captar tanta atención por parte de los medios de comunicación? Estaba convencido de que era mucho mejor que ese papanatas lo que sucedía era que no se le había dado la oportunidad de demostrar su talento y portento fisico como luchador de kung fu, pero tarde o temprano mordería el polvo, y se vería quien estaría destinado a poseer el título de campeón estatal. Éste caería en sus manos y haría que Ken lo besara una y otra vez.
Él creía poseer un nivel casi sobrehumano y una destreza en el manejo de la técnica de lucha, y un autocontrol además de un esfínter de acero y unos brazos y piernas ágiles como los de un guepardo.
Nadie podria igualarle, ni ese plagio de Bruce Lee, llamado Fei Long, que solo sabía dar gritos y que también había participado en el campeonato años atrás.
Estaba más que convencido de que una persona con su talante y su gran expresividad y belleza íntegra, podría ser el nuevo campeón mundial, aunque solo fuera por su escultural cuerpo, y no aquel karateka rico y pijeras que no sabía lo que era un verdadero «K.O». Pero él se encargaría de poner a todos en su lugar!
De pronto un golpe en la cabeza le despertó de aquella nube de pensamientos y sueños que se congregaban en su cabeza. Su novia Candy, le miraba con incredulidad y a la vez medio enfadada.
 – Qué demonios te pasa? Habíamos quedado para ver la pelicula, me giro y te veo soñando en los laureles, pensaba que querías ver la pelicula conmigo! – contestó impacientemente.
Posteriormente miró la pantalla y se olvidó rápido de lo acontecido, soltando un pequeño grito de miedo y dando un leve salto en la butaca.

– No es nada mujer! Er…Sólo estoy pensando en mi próximo destino con la moto, tu y yo, para conocer mundo, hohoho! – comentó de forma suave, esbozando una mueca y ladeando la cabeza a un lado como señal de disculpa.

Fruto del colapso de aquella espontánea situación y medio atontado, comenzó a engullir de nuevo la gran caja de palomitas dulces que se posaba encima de su barriga cervecera con gran ansiedad, y bebiendo su doble malta típica que había colado de su casa para ahorrarse en las mismas instalaciones, cuando le salío un inoportuno y sonoro erupto, rompiendo el silencio que allí se palpaba por la tensión del film. Alguién espetó un grito de molestía, pero ni siquiera le prestó atención. Al lado suyo, un niño le miraba con ojos grandes y asustados. Escondió su caja de palomitas y le sacó la lengua de forma burlona. El niño comenzó a llorar dando lugar a un espectaculo dentro de la sala.

Con todo aquel barullo ya ni recordaba qué film estaban viendo, cuando se dio cuenta de que la película habia terminado completamente y aquello parecía un zoologico en vez de un cine. Niños gritando y llorando, su novia maldiciendo por otro lado, otros chavales tirandose de los pelos y molestando, pero no parecía prestar mucha atención dado que ya estaban acosumbrados a aquel gallinero.
Intentó levantarse de la butaca con gran esfuerzo, desencajando los clavos de ésta y casi sostenida en su enorme trasero, empujó fuerte con sus enormes brazos hasta lograr quitarsela de encima.
Su novia, avergonzada y con una mano detras de la cabeza, estaba pidiendo disculpas al acomodador,  por todo lo que una vez más estaba ocurriendo.
Posteriormente, después de arreglarlo con una propina para solventar lo sucedido, se marcharon ambos, hablando entre ellos, bajo la mirada de entera incredulidad del resto de espectadores. El niño de antes llorando sin parar, gritaba maldiciendo que quería plomitas.

– Quién es ese Peeta Mellarck entonces Candy? –  Preguntó medio desconcertado. Se parecía un poco a Masters, pensó. Candy le miraba de forma furiosa y le espetó un puñetazo en su hombro derecho. Sus puños eran de acero, debían de estar hechos de adamiantum por lo menos. Mañana seguramente tendría un enorme moratón.

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