Había encargado un cuadro para decorar su ya de por si ataviada sala de estar para recibir a sus invitados con una obra de arte de su autoretrato. En cuanto llegó, mandó colocarlo a la vista de todo el mundo al entrar allí.
Una vez llegaron con la pesada carga, los empleados cogieron el gran cuadro de marcos dorados para colocarlo justo en la posición que había indicado sin ningún margen de error, a una altura por encima de la vista, justo en lo alto de un enorme mueble rustico de color marrón oscuro.

– Estás loco? – maldijo el torero en un tono de total crispación y nerviosismo – Poco le ha faltado para que el cuadro se hiciera añicos! Vuelve de donde hayas regresado, no quiero volver a ver tu asquerosa cara cerca de mi cortijo.
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Vega

De pronto, uno de los empleados resbaló intentando posicionar la obra, golpeando uno de sus vértices en el suelo aunque no cayó, por fortuna, completamente. Vega pudo salvarlo de la catástrofe con un rápido movimiento dada su agilidad.

Una vez incorporado muy meticulosamente éste en la pared por el español y con un pequeño rasguño por la caída, cogió en volandas al empleado causante del pequeño incidente, lanzándole amenazas e improperios para posteriormente empujarlo al suelo con virulencia.

– Lo siento señor, no… no volverá a pasar. – contestó el joven con un gesto de completo disgusto y medio temblando.

Vega se giró mirando de nuevo aquella obra de arte con inquietud. Se quedó largo rato contemplándolo, observando la destreza del pintor y los colores cálidos y llamativos utilizados para su piel y atuendos de torero.
El cuadro era una pintura creada por un reconocido artista sureño de España. En él podía verse a sí mismo en una pose de orgullo, sosteniendo una capa roja y una espada, mirando con media sonrisa, y un sombrero andaluz. Su belleza era incommesurable y no dudaba ni siquiera en un momento en todo el poder que desprendía y la fuerza que transmitía. Era sin duda una fiel recreación de su encantadora figura.
Le encantaba disfrutar de la belleza y la perfección absoluta ya que era de los dones que él había sido concedido y ese cuadro sin duda no demostraba otra cosa que pura perfección.

Para él era algo de importancia vital dar un toque personal y con clase a su mansión principal, repleta de objetos de gran valor como jarrones de porcelana de doscientos años de antiguedad o reliquias de todos los estilos.
El edificio era una vivienda perteneciente a una antigua família aristocrática del siglo XVIII que había quedado abandonada y cedida al consistorio municipal a mediados del siglo XIX.
Al parecer, el último hombre de aquel linaje, quien ocupaba aquella morada, se marchó y no se supo más de él. Posteriormente Vega se hizo dueño absoluto cuando la vio por primera vez.
Fue echarle un ojo desde fuera y supo que aquel monumento estaba destinado a ser su hogar, si o si.

La entrada al salón la ocupaban dos estatuillas de mármol en forma de columnas, que representaban la cabeza de un toro. Por supuesto, habían sido encargados por Vega dada su vocación a la tauromaquia.
Aquella antesala era sin duda esplendorosa, con una escalera central que daba a dos pasillos superiores que iban en sentidos opuestos y que albergaban los dormitorios principales. Estaba bien nutrida de habitaciones, nada menos que diez en total cada una de grandes dimensiones, y cuatro cuartos de baño, dos por cada lado de pasillo. Todo había sido redecorado por el torero dada su afición al interiorismo.

Después de eso, todo estaba preparado para una deliciosa noche en su tierra. Había invitado a altos cargos de Shadaloo, a una cena de gala privada, para celebrar el acontecimiento que dio lugar  hace escasos días en su viaje a China y quería dar la noticia oficial a su superior directo, Mr. Bison.
Nada podía fallar en aquella cálida noche tan especial. En unas horas la oscuridad se teñiría de rojo como el buen vino y él sería él protagonista, como no podía ser de otro modo.

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