La tormenta no amainaba en aquella noche umbría, un árbol ardía tímidamente, desde hacía un rato, a causa del impacto de un relámpago a escasos metros de donde se encontraban los dos contrincantes, formándose a la vez una pequeña humareda en la copa de éste, señal de que el fuego estaba casi en las últimas porque aquella lluvía era insistente y calaba los huesos.
Las nubes azul marino teñían el cielo por completo y el ruido ensordecedor de aquellos truenos era incesante, y a todo eso se le unía un tremendo viento huracanado que entibiaba aún más la poca visibilidad, percibiéndose solo la negrura de las figuras a pocos metros de él, ni siquiera podía casi advertir el blanco pálido del traje de su oponente. Sólo escuchaba el sonido del viento, un silbido que no cesaba, y el movimiento de las hojas que le rodeaban, también de vez en cuando el estallido de la tormenta.
Percibió una gran ira contenida dentro de sí, algo indescriptible, quizá un odio contenido, o un miedo había surgido al encontrarse con su propia oscuridad, su sombra en forma de luchador, largo tiempo escondida en lo profundo de su ser… Lo que era claro que es que no era capaz de aceptar aquello, esa idea le horrorizaba, no estaba preparado para soportar aquella derrota.
Observó momentáneamente su mano derecha temblorosa que se acercó con gran dificultad y lentamente, posándose en su pecho dolorido, justo donde chorreaban grandes cantidades de sangre a lo largo de todo su corpulento torso, allí donde se hallaba aquella herida abierta, brotaba en un color rojizo oscuro, desde su pectoral derecho hasta casi llegar a la cadera, en diagonal.
Estaba medio arrodillado en aquel oscuro territorio, rodeado de grandes hierbas que cubrían casi su piernas por completo y su dificultad respiratoria por el cansancio de la lucha era evidente, las gotas de sudor recorrían las formas de su frente sin cesar, nublándole éstas, la vista del único ojo que le permitía ver con gran dificultad, incluso todo daba vueltas a su alrededor y pareciese que el tiempo hubiera dejado de avanzar. Y es que llevaba aproximadamente una hora luchando a gran intensidad y su corazón era como una canción de tambores dentro de su cabeza, palpitando y retumbando incesantemente. En tantos años que había luchado, nunca había llegado hasta ese límite, era una sensación nueva para él.
Los dientes rechinaban y dejaban entrever una desesperación casi absoluta, su ira no hacía más que ir en aumento y no podía permitirse una derrota con ese extraño oponente surgido de la nada, que de forma insólita había conseguido tumbarle y en esas circunstancias, a él, un campeón mundial de Muay Thai, con gran experiencia y técnica de lucha. Realmente no pensaba que hubiera alguien que pudiera hacerle sombra. Su ego estaba totalmente al descubierto, tocado, expuesto por primera vez, como si hubiera tocado con un muro.
La totalidad de sus músculos quemaban y la lluvia se evaporaba en el contacto con todo su cuerpo, completamente engarrotado y sin casi fuerzas para siquiera levantarse. Su mano derecha se apoyaba sobre su rodilla derecha con el fin de aguantar a duras penas, y no caer desfallecido.
De pronto, y  en un esfuerzo sobrehumano y completamente fuera de si, logró erguirse del suelo, su mirada era un odio jamás visto en él, su boca medio abierta ahora por la incredulidad de aquella situación.
Comenzó a caminar con la intención de un contraataque a la desesperada, y en un ataque de locura descontrolada, con un grito casi gutural y temible corrió primero lentamente, aplastando el fango y dejando las enormes huellas de sus  pies tras de si, tropezando con alguna piedra por el camino, sin caerse, medio tambaleándose como si comenzara a caminar de nuevo, hacía un lado y hacia el otro. Seguido de un apresurado y forzado spring hacía aquel luchador de traje blanco y cinta roja que tenía delante, cual espectro, como si la muerte estuviera esperándole, llamándole a la puerta con una sonrisa de placer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *